No debemos regresar a los lugares del pasado cuando hemos dejado de habitarlos. La nostalgia es una peligrosa manera de idealizar el pasado, y es duro encontrarlo derruido o cambiado, aunque solo se trate de un mínimo detalle. Hay que tener cuidado al conservar los recuerdos que albergamos, sobretodo los que residen en lo más hondo de la infancia, en lo más pleno de la juventud.
Pero, aún así, regresamos. Porque tenemos la esperanza de que esos lugares continúen intactos, de la misma manera que los tenemos en la memoria. Regresamos porque necesitamos nuestro pasado para recordar quiénes somos, de dónde venimos. Es una trampa de la mente porque es inevitable que las cosas cambien, así como lo hemos hecho nosotros. Así que regresamos, y encontramos esa tierna casa en la que disfrutamos de las mejores meriendas de cumpleaños, destruida, dejada al mecer del tiempo.
Y durante un instante nos sentimos así, como la casa, rotos, despedazados por el devenir. Pero siempre habrá esperanza.