He dejado de torturarme. A veces es demasiado sencillo perder los papeles y dejarse llevar por la rabia que produce el dolor. He de asumir que me tocaba perder, aunque me cueste aceptar lo equivocada que he estado, lo torpe que he sido y lo mal que he actuado durante este último año. He de tomármelo con calma. El abismo de las emociones instintivas es grande, muy grande.
No sé dónde leí que el miedo es como una caja de cerillas. Está todo recogido en millones de pequeñas cabezas de fósforo y, cuando una se prende, el resto comienzan a arder como de golpe. Por eso hay que saber desmenuzarlo, separar los palitos poco a poco y dejar que se enciendan uno a uno.
Esta vez tengo que dudar que la culpa sea mía, aunque, en realidad, lo único que debería hacer es no buscar siempre un responsable. Las cosas suceden sin más y yo soy la primera en creer en la casualidad como motor de los hechos.
Supongo que me he asustado porque me he vuelto a ver profundamente perdida. En ocasiones no es fácil reconocerse a uno mismo y, al suceder esta barbaridad, todo lo que creía ser ha empezado a quebrarse. Sin embargo, hay que confiar en el poder de reinventarse y mirar hacia delante como si se tratara de un reto personal.
En el fondo, lo es, siempre lo es.
Asique, vuelta a empezar, una vez más.
Con la cabeza alta y mi mejor sonrisa.
Guirao, creo que necesitas un plátano. Perdona si he estado un poco ausente. Hablamos cuando quieras.
ResponderEliminarKiwi.