El teléfono. Eso era. Su número de teléfono apuntado en mi antebrazo con permanente negro. La mochila repleta de algunas latas de Montana y una libreta. Boquillas, un rotulador y algunos bolígrafos. Cada uno tenía su forma de expresar el sentimiento. Pintar y escribir eran nuestras claves.
Cada sábado a la misma hora pero siempre como nunca.
El odio hacia el rosa y el amor por el adjetivo. No parecíamos tan diferentes. Tan sólo a simple vista. Nos unía la música, unos cuantos conciertos y las noches en aquel bar de Malasaña. También estaban mis famosas hostias en el skate y su dominio del 360 flip, además de las escapadas al Levante, el windsurf de coña las tardes de domingo y las yonkilatas de cerveza.
Era la locura, pero jamás fue tan divertido comer chuches al sol.
Theo e Isabelle.
ResponderEliminarCu.