Estoy convencida de que mi problema con los estupefacientes (o mis pocas ganas de fumar canutos; a las cosas por su nombre) radica en que tengo una concepción distinta a la del resto de la gente de mi edad. Cuando dices hachis, marihuana, polen, hierba, cannabis, lo más probable es que la primera imagen que aparezca en tu cabeza sea un Bob Marley rastafari tirado en un sillón puff con una humareda densa al rededor. O quizás una playa en la costa jamaicana o un Coffee Shop de Amsterdam. Aunque también existan ciertas variantes que tienden hacia música reggae en general o conciertos de rock español en explanadas de polvo de arena.
Mi palabra es "breath", y para nada viene a mi de un modo aleatorio. Se trata del primer track del LP de 45 revoluciones de Pink Floyd, The Dark Side of the Moon. Traducida de modo figurativo significa "aliento", (al contrario del literal: "respira"). Siempre he creído en ella como un sonido nuevo, diferente; un paso hacia otro mundo. Y eso es, precisamente, lo que siento cuando voy desproporcionadamente colocada. Me hundo en una burbuja psicodélica que se acerca más al movimiento beat que al rastafari.
Para los ariscos hacia el rock sinfónico de los británicos, tengo una segunda opción: Butcher Blues, de Kasabian (http://www.youtube.com/watch?v=o-EJ0GyfjnU). Es imposible resistirse a ese bajo cuando estás inmerso en un chute de droga narcótica.
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