Llenó las dos copas de vino hasta la mitad. El líquido rojo se tambaleaba como un pequeño mar encerrado en cristal. Se acercaba el final, aunque Enrique aún no era consciente. Diana, sin embargo, al alcanzarle el vaso que le correspondía, repasó mentalmente cómo haría para abandonarle.
La maleta roja aguardaba bajo la cama, y los recuerdos inundaban cada pensamiento de la mujer morena y cansada. Escoger el día de su décimo aniversario le parecía curioso, sentía que estaba cerrando un círculo, una historia.
Quizás, si Enrique hubiera llegado a tiempo, ella no estaría preparando una huída. Pero, ¿qué sentido tenía continuar junto a una persona que ya no le aportaba nada? No quedaba amor, no quedaba cariño. Ni siquiera había besos,no. Ya no había ganas. Tan sólo vino en su boca, bajando por su sangre, enfriando el deseo, aportándole el impulso para marcharse.
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