Escoger el camino de la envidia es una huída fácil ante lo que no somos capaces de aceptar. No está mal siempre que tengamos algo de control sobre nosotros mismos, pero si no somos capaces de mantenernos quietos y cedemos a la rabia, el camino se bifurca en dos sendas aún más tenebrosas. A un lado del ring tenemos el odio, y en la otra esquina, señoras y señores... ¡la idolatración! No apuestes por ninguno de los dos, acabarás perdidendo.
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