Lo supe cuando cruzaste la puerta por ultima vez. Supe que debía dejarlo todo atrás, que el valor de lo nuestro hacía tiempo que ya estaba guardado en la caja que hay sobre la repisa, enterrado en arena. Me di cuenta de que no merecía la pena ese tercio de felicidad por esos otros dos de tristeza.
Así que comencé a vivir.
Sin ti. Sin nosotros.
Sin ataduras ni malos royos.
Sin paranoias ni quebraderos de cabeza.
Reanudé mi existencia como pude.
Y ahora rezo por no volver a sentir nunca ese amor.
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