No tenía sentido esperar, pero algo dentro de mí me decía que debía hacerlo. Una especie de automaltrato psicológico. Unos minutos conmigo misma, con mi maldad, con mi capacidad de doler. Un rato a solas para pensar bien mis palabras; aunque más tarde no me fuera a acordar. Es mejor así. Es mejor no pensar cómo vas a decir algo que dolerá de todos modos. Por eso siempre preferí las cartas. Pero, cuando uno escribe, las palabras están calculadas. Al hablar todo es al azar, espontáneo. Es el modo más sincero. Y cuando se trata de amueblar el daño más vale ser directo: es la única clave para no dar rodeos a la línea que lo divide todo.
Así que esperé, aunque no valiera la pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario