Vuelve a visitarme Dylan con su chupa negra y sus botas de cuero. Se acerca lentamente a mi oído y susurra:"Oye, nena, estoy llamando a las puertas del cielo: líame otro de esos cigarros alemanes".
Mis manos, hábiles, lían con paciencia y dedicación, como si fuera el último pitillo que queda sobre la faz de la tierra. "Joder, muñeca, estás en la cumbre de la vida, te puedes comer el mundo; ya quisiera yo ser joven para siempre". Otra vez con su melodrama ochentero. "Venga ya, Bob, tú eres grande, joder, ¡muy grande! Deja de llenarme la cabeza de gilipolleces". Pero, de nuevo se acerca cuidadosamente a mi oído: "Nena, no dejes que tu canción deje de sonar..." Y se desvanece entre la nebulosa que desprende su cigarro.
"Me cago en la hostia, Dylan, eres un jodido cabrón con suerte".
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