6 ago 2011

Cornerstone

Podría cagarme en todo lo cagable, podría creer en el tiempo como fuerza ordenadora o como en cicatrizante de las heridas, pero he tragado tanta mierda que ahora mismo solo quiero desentenderme y dejar la página sin pasar hasta que se manche de tinta, o de vino. Será como el viaje de LSD que debo. Una herramienta de destrucción convertida en un arma de creación, y alguien que pregunta: Did I pass the acid test?
Será como esperar a que Humberto baje del piso y nos vayamos a tomar un café, y él me cuente que vuelve a escribir, que la inspiración a veces se va y muchas otras veces vuelve. Pero me encontraré con el grito ahogado que escuché la otra noche y se desmontará mi tranquilidad como piezas de Lego. Ese grito profundo e intenso que salió a pleno pulmón y se clavó en lo más hondo de mi cabeza, ahí donde se esconden los miedos que no sabemos que tenemos.
Miedo a que deje de sonar nuestra canción, a que haya cicatrices abiertas de por vida, a darse mal los puntos. Miedo a tener miedo, a caer de nuevo en una espiral absurda y sin salida. Miedo a perder la piedra angular de mi existencia, o incluso peor, miedo a olvidar cuáles son mis pilares.