11 ene 2011

No queremos ser como los demás.

El teléfono. Eso era. Su número de teléfono apuntado en mi antebrazo con permanente negro. La mochila repleta de algunas latas de Montana y una libreta. Boquillas, un rotulador y algunos bolígrafos. Cada uno tenía su forma de expresar el sentimiento. Pintar y escribir eran nuestras claves.
Cada sábado a la misma hora pero siempre como nunca.
El odio hacia el rosa y el amor por el adjetivo. No parecíamos tan diferentes. Tan sólo a simple vista. Nos unía la música, unos cuantos conciertos y las noches en aquel bar de Malasaña. También estaban mis famosas hostias en el skate y su dominio del 360 flip, además de las escapadas al Levante, el windsurf de coña las tardes de domingo y las yonkilatas de cerveza.
Era la locura, pero jamás fue tan divertido comer chuches al sol.

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