27 abr 2011

Que tú a mis miedos te los pules con un dedo

Había hecho café y se comía una naranja. Eran las once y cuarto de la mañana cuando me dí cuenta de que, si la perdía, mi vida jamás volvería a tener sentido. Pensé en Casablanca, en los grandes finales del cine clásico, en las novelas de romances tormentados, en la muerte de Romeo y Julieta. Nada se acercaba al miedo que sentí cuando me sonrió. Tranquila y apacible. Delicada y tremendamente peligrosa. Lo hubiera dado todo por no estar de resaca y poder decirle todo lo que nunca me atreví a pronunciar. Por suerte el amor es como la energía, ni se crea ni se destruye, se transforma. Y quererla de ese modo me apartó del mayor error de mi vida.

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